Cuento: Dos cafés y un tostado

style="float: right; margin-bottom: 10px; font-weight: 600;"Fri 18th Sep, 2015

Me quería, lo quería, nos queríamos, pero no era suficiente, no alcanzaba con sus besos, con sus caricias, ya no alcanzaba. Me exasperaba, me irritaba, me volvía loca, me ahogaba.

            Eran las siete, estaba tardando mucho, lo había citado en un café al que nunca habíamos ido juntos, ajeno a nosotros, ajeno a los recuerdos. Tardaba y era cada vez peor, me aturdía, me tropezaba con mis propios pensamientos, su bufanda, esa bufanda que nunca más se había sacado desde el día en que se la había regalado, ese maldito día, para qué se la habría regalado, azul, a rayas, gastada, eternamente larga. Y su respiración, monótona, constante, inalcanzable. Era torpe, atolondrado.

Salíamos hacía tres años, lo había conocido una noche inesperada en una fiesta, me miró, lo miré, fue mágico por un instante que  pareció durar toda la eternidad, pero no lo fue. Nos chocamos, nuestros tragos se derramaron, él trató de limpiarme, nos rozamos, como en esas películas que tienen finales felices.

Su voz, antes simpática, se me había tornado aburrida, sin gracia. Mientras lo esperaba pensaba, confundida, en todo lo bueno que alguna vez había visto en él. Por fin llegó, con su bufanda azul, a rayas, gastada, linda, la que le había tejido yo y siempre usaba para estar más cerca de mí, le quedaba bien. Él estaba más lindo que de costumbre, con un dejo de incertidumbre en la mirada, cuando lo había citado había sido fría con él, no debería entender qué pasaba. Lo vi en la puerta del café, no lo llamé enseguida, él no me encontraba, lo miré por un rato, se chocó con una silla y ni se dio cuenta, me causó gracia, sonreí. Me buscaba entre la gente con ansiedad, me causó ternura, agité la mano y por fin me vio, sus ojos se llenaron de alegría, los míos también. Se sentó junto a mí, me besó, me acarició, era tierno, cariñoso. Comenzó a hablar sin dejarme decir una palabra, su voz era la de siempre, ya no me molestaba tanto. Mientras hablaba, imaginé mi vida sin él y por un instante sentí un vacío tan grande que me dio terror. Respiraba agitado como siempre, quizá más aún que de costumbre, sabía que parte de esa ansiedad en él la generaba yo, me sentí bien. Me tomó de la mano, terminó de hablar y me besó, yo le conté de mi día y al pasar dije que había elegido ese café para cambiar la rutina, sonrió, Él no pregunto el por qué de la cita repentina y apurada, yo no dije nada, los dos hablamos como si yo nunca lo hubiera llamado y le hubiera dicho "necesito hablar con vos". Pidió dos cafés y un tostado, siempre tomados de la mano, siempre mirándonos.

 

Me quería, lo quería, nos queríamos.


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